Adiós, Gaviero

Los gatos de Estambul -explicó el Gaviero- son de una sabiduría absoluta. Controlan por completo la vida de la ciudad, pero lo hacen de manera tan prudente y sigilosa que los habitantes no se han percatado aún del fenómeno. Esto debe venir desde Constantinopla y el Imperio de Oriente. Voy a decirle por qué: yo he estudiado meticulosamente los itinerarios que siguen los gatos, partiendo del puerto, y siempre recorren, sin cambiar jamás de rumbo, los que fueron los límites del palacio imperial”.

La explicación se la había hecho Maqroll a Alejandro Obregón en una de sus tertulias, al calor de un ron o de un bourbon.

Como el Gaviero, Obregón fue viajero infatigable, y por eso fue posible que “estos dos viejos lobos de la aventura” se encontrasen en Barranquilla, San Francisco, Barcelona y otros posibles puntos de cruce de sus impredecibles rutas. El Gaviero surgió de la imaginación de Álvaro Mutis, que brotó a su vez de la de Cervantes. Como la de Don Quijote, la aventura de Maqroll no tiene término, es juego infinito de la libertad. Su amigo Obregón será a su vez lo que imagine Mutis a partir de la biografía del gran pintor colombiano, el anarquista expulsado de la academia de Boston donde estudiaba para aviador, y luego, de la academia catalana donde estudiaba para pintor.

Cuando leí el pasaje citado de “Razón verídica de los encuentros y complicidades de Maqroll el Gaviero con el pintor Alejandro Obregón”, en el sillón dormía plácidamente la gata de mi hija. Pensé que Mutis poseía, él también, esa extraña conexión con los felinos que tenía Borges. Por tanto, conocía los insólitos itinerarios que configuran un universo.

Vi una vez a Mutis, cuando presentó en México al poeta Enrique Molina. Alto, elegante, carismático, contrastaba con el tímido autor de “Amantes antípodas”. Entre los dos contaron la historia de un extraño pájaro que llegó a la terraza de la casa de Molina en Buenos Aires mientras bebían un vino. Nunca antes y nunca después verían un pájaro semejante (esto es cosa de poetas, naturalmente). Habían conversado un buen rato hasta que Molina agradeció a Mutis por llevarle ese pájaro. Mutis quedó sorprendido: él creía que el pájaro era un obsequio que le tenía preparado Molina.

Mutis, el excéntrico que prefería la monarquía a la democracia (habría que pensar muy en serio sobre tal ironía), se las jugó. ¿Cómo no solidarizarse con él a propósito de los tres años que pasó en la cárcel Lecumberri del DF por gastarse el dinero de la publicidad de Esso en actos culturales y fiestas con poetas y pintores? Tras las huellas cervantinas, Mutis nos deja la saga “Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero”: una espléndida prosa narrativa y unos inolvidables poemas. Decimos “adiós” a Mutis, el amable viejo lobo de aventuras, que volverá con Maqroll, Obregón, Ilona o Larissa en su viaje inacabable.


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