En busca del alma de Joaquín Bernadó

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Una biografía es algo más que el relato de los episodios más o menos memorables de la vida de un ser humano. Es la búsqueda de ese ser humano en su singularidad, o, mejor aún, tal y como lo enuncia Juan González Soto en la breve “Noticia previa” que abre el libro Joaquín Bernadó. Hilo de seda y oro (Barcelona: Bellaterra, 2014), la búsqueda de «un alma». ¿Qué implica, en el caso de esta biografía del matador de toros catalán Joaquín Bernadó, tal búsqueda? Más aún, qué significa la búsqueda de un «alma» cuando el autor de la biografía declara, paladinamente, en esa “Noticia previa”, que para acercarse a esa «alma» tendrá que deambular por el «carnaval de la vida», esto es, por del mundo de la ficción, del disfraz, de la manipulación, del mover y el tensar.
Dado que se trata de la vida de un torero de mérito, el biógrafo tiene el propósito de brindar al lector un relato de los momentos de brillo, de esplendor y aun de oscuridad que destacan su personalidad en el ámbito que le es propio, el mundo de la tauromaquia, pero a la vez tendrá que insertar al protagonista en su época, en sus diversos contextos. La veracidad de una biografía no se reduce, desde luego, a la veracidad de los datos que atañen a la cronología, o, en el caso de la circunstancia de la biografía de un matador de toros, a las percepciones de los entendidos en las técnicas taurinas, a las vicisitudes del personaje en su ámbito específico. La veracidad tiene que ver con lo que subyace bajo lo episódico.
«El objetivo es buscar un alma», dice el biógrafo. Y una biografía es un acto de escritura. Se persigue la verdad, es cierto, pero a través de procedimientos literarios, cercanos a la novela, por lo cual, más allá de lo verídico, hay algo todavía más complejo, pues el entramado narrativo no solo concierne al protagonista, en este caso, el matador de toros Joaquín Bernadó, sino también al autor y, desde luego, al lector. «El biógrafo, en definitiva, está también en el biografiado», confiesa González Soto, y se podría continuar el hilo de su pensamiento señalando que también el lector, puesto que, a lo largo del libro, protagonista y narrador insisten en la participación del lector. Se le invita a opinar, a interpretar, a evaluar, incluso a dar testimonio.
Como se advierte, estamos ante una apuesta literaria y no ante una mera descripción de episodios que enlazan la vida. La biografía, lo sabemos, se teje desde una óptica, la del biógrafo, desde sus puntos de vista y sus objetivos. Y cuando se tiene la posibilidad, como en este caso, de que el biógrafo pregunte y escuche al biografiado, que converse con él, con la perspectiva del biógrafo (quien dará la puntada final al relato, conservando así su privilegio de escritor) se entrelaza la del biografiado. Más allá de la erudición del biógrafo, del análisis crítico de datos, de la organización del material, de la información, es el diálogo sostenido entre biógrafo y biografiado la condición del relato. Todo esto encontramos en esta biografía de Joaquín Bernadó: una impresionante y escrupulosa recolección de información sobre la trayectoria taurina del protagonista y sobre el mundo que le rodea, otros toreros, cuadrillas, empresarios, apoderados, plazas, corridas, festivales, periodistas, hoteles, tabernas… Esta biografía se construye, cuidadosamente, con base en entrevistas al biografiado y a través de conversaciones, lecturas y correcciones del manuscrito, compartidas y realizadas a lo largo de meses de trabajo. Sin embargo, para el biógrafo todo eso no ha sido suficiente. La biografía, en cuanto género literario, utiliza y conjuga todos los recursos de la narrativa. Se puede decir, incluso, que la biografía es un género cercano a la novela. De otro modo, cómo alcanzar el «alma» que se busca.
Resulta todavía más sorprendente que González Soto, y desde luego también el biografiado, Joaquín Bernadó, decidan excluir de la biografía todos los aspectos de la vida del torero que no atañen directamente a su arte. La biografía, desde este punto de vista, parece reducir el «alma» que se busca solamente a la actividad del toreo, a sus logrados movimientos ante el toro con la capa, la muleta o el estoque. Quienes somos ajenos al mundo taurino, a sus técnicas, a la especializada evaluación de las dotes artísticas del toreo, permaneceríamos ajenos a la biografía si esta se redujese solamente al relato de los acontecimientos relativos al ruedo. Quien no es un aficionado, tampoco encontrará, debido a la indicada decisión de biógrafo y biografiado, ninguna intriga que mueva el hilo narrativo en torno a la vida del protagonista fuera del mundo taurino. ¿Cómo ha sorteado, entonces, el autor del libro estos escollos, puesto que ha declarado que su apuesta va más allá de lo convencional en una biografía, que su apuesta es la de un escritor, un narrador que busca un «alma»? El mismo protagonista, Joaquín Bernadó, con fina ironía se refiere en varios pasajes a que su interlocutor y biógrafo es poeta, que se preocupa ante todo por las palabras, por la estructura de las frases, por los nombres completos, quizás no tanto por la precisión del dato cuanto por la sonoridad de los vocablos. Del torero al poeta, y del poeta al torero, las palabras van y vienen tejiendo el relato. Pero todo ello aún no parece suficiente para la búsqueda del «alma».
No sabremos los lectores qué sea el «alma» que se persigue en esta singular biografía sino al final de la narración. Yo diría que finalmente encontramos que esta noción de alma tiene que ver más con lo que un biólogo de nuestros días entendería por ‘mente’, que aquello que se entendía por «alma» en la tradición cristiana e incluso moderna, noción que escindía alma y cuerpo.
El «alma» que el lector encuentra, en todo caso, no es una entidad incorpórea capaz de existir por separado en el individuo humano que se llama Joaquín Bernadó, pero está en él. Sí, desde luego que está en él y con él. Se podría decir, incluso, que es su más propia intimidad, su singularidad, la concreción de su ser, pero está en él y con él en cuanto él está en un mundo, en el devenir de una experiencia estética concreta, su arte, por tanto también como experiencia colectiva, en cuanto Bernadó existe como gran matador de toros en la España posterior a la Guerra Civil, la España franquista de la postguerra, y luego la España de la experiencia democrática. Esa «alma» forma parte de la España taurina. También está vinculada al deambular por algunos países de Hispanoamérica, ir de una corrida a otra, pernoctar en determinados hoteles, vestirse para la corrida en otros. Tiene que ver con frecuentar ciertos bares, asistir a festejos en determinadas peñas y clubes, tener contertulios con los que poder conversar sobre su mundo artístico, sobre la condición humana, sobre la integridad del ser humano cabal. El «alma» se expande por el mundo en que crece un niño deslumbrado por el arte taurino, niño cuyo padre y cuyo maestro descubren excepcionalmente dotado para el toreo artístico. El «alma» aflora en el joven que aprende, en el novillero, en el torero que toma la alternativa, un rito de pasaje cargado de simbolismo, que se presenta y examina ante una plaza llena de expertos, de aficionados, y seguramente también de concurrentes poco entendidos, que se evalúa ante aficionados y el público, los primeros analizando la filigrana artística, los otros, la mayoría, el mero espectáculo, quizá también en búsqueda de una valentía que enfrenta al torero con el peligro, con la posibilidad de la muerte. El «alma» es luego la sabiduría que ha adquirido el hombre maduro, el hombre cabal que ha dado cuanto poseía en cuanto ha sido su apuesta vital, siempre en relación con su mundo, con los seres humanos de su entorno, y con los toros, esa presencia inquietante del animal, toros que pueden ser a veces sus amigos, a veces sus enemigos, pero, ante todo, y siempre, dignos de un profundo respeto. El «alma» está en concordancia con el mundo en que envejece el viejo torero mientras procura trasmitir sus conocimientos a unos cuantos jóvenes en la Escuela de Tauromaquia de Madrid. En esos jóvenes deposita su expectativa de que la tauromaquia, esa modalidad estética que tiene que ver con lo ancestral mítico del Mediterráneo, continúe viva, aun en momentos en que pareciera que ese mundo en que tenía sentido se estuviese extinguiendo.
El biógrafo, por su parte, busca que el relato configure un mundo donde sea posible que vibre el «alma» del protagonista. González Soto recurre con finura a todo el dispositivo técnico de la narrativa contemporánea. Por momentos, la biografía es crónica, es reportaje, es colección de citas, recuperación de textos narrativos perdidos en periódicos de hace décadas. Utiliza pasajes de novelas y cuentos de Luis Romero, Max Aub, Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Lobo Antunes, Hemingway y otros autores. Inventa episodios a partir de datos ciertos. Juega con las similitudes del teatro y la corrida de toros, con el toreo bufo. Con sorna y humor relata la presencia de Franco y otros políticos y militares en los palcos de las corridas de toros. La sátira aflora, por ejemplo, cuando describe la fotografía encontrada en alguna revista en la que se ven a Franco, al Shah Reza Phalevi, y a sus mujeres respetivas, Carmen Polo y Soraya, en el palco de la plaza de Las Ventas y bajo las banderas de los dos estados. En otros momentos, y con muy buen sentido, que evita cualquier desliz hacia el rencor o el resentimiento, con una peculiar conjunción de ironía y decencia, Joaquín Bernardó se refiere a los momentos conflictivos, a las exclusiones de que algunas veces fue víctima y a los perjuicios que otras veces hubo de afrontar. También reconoce el valor de cada uno de sus antecesores y de sus contemporáneos. Evalúa con agudeza el giro cada vez más acentuado del toreo hacia el espectáculo. El biógrafo, por su parte, fundiendo relatos de mediados del siglo pasado, recrea una fascinante crónica de las tabernas de Barcelona y de Madrid, donde se juntan los toreros, o donde arriban novelistas, periodistas o el poeta Félix Grande. En algún momento, el lector siente el silencio, percibe la somnolencia de la cuadrilla que espera el momento del inicio de la corrida, oye el revolotear de las moscas. En otros pasajes, aflora la crítica social. Con todo ello, González Soto alcanza el «alma» de Joaquín Bernadó, esa alma que solo existe como íntimo vínculo del torero, es decir, del artista con el mundo. Es entonces cuando puede entenderse el sentido de la advertencia contenida en la “Noticia previa”: «El ser humano es un ser social, claro, pero debe respetar un tiempo y un espacio, acotarlos. El objetivo es buscar un alma. El lector de este libro sabrá encontrarla […] El biógrafo, en definitiva, está también en el biografiado».
Pero González Soto no solamente muestra sus dotes de narrador, como ya antes en varios libros ha dado suficientes muestras de su calidad poética. También acompaña a Joaquín Bernadó para que saque a flor de labios una exquisita manera de contar, en que se desliza con finura su ironía, y sobre todo su amabilidad, su sencillez y su bondad. Un hombre de su edad y de su estirpe diría ‘bonhomía’. Recuerdo ahora el relato de una corrida en México, en Jiquilpan, que preside Lázaro Cárdenas, y en la que se estrena Mario Moreno Cantinflas como ganadero. Joaquín Bernadó pinta la arrogancia del gran caudillo mexicano, rodeado de charros y fanfarria, y luego da muestras de su extraordinaria memoria al recordar unas cuantas frases cargadas de humor del ganadero Mario Moreno, que recuerdan al gran Cantinflas: «El toro va a lo que va, y el torero viene a lo que viene, y no pocas veces viene para nada, que mejor le hubiera ido quedándose en su casa».
Y esta biografía del gran matador de toros catalán, Joaquín Bernadó. Hilo de seda y oro (Barcelona: Bellaterra, 2014), viene a lo que viene, a la búsqueda de un «alma». Y enteramente la encuentra. Y esto es ciertamente un logro de la escritura, del afán novelesco y la sensibilidad poética de Juan González Soto. El lector disfruta de este relato de la vida de un apasionado artista, Joaquín Bernadó, sin necesidad de que sepa reconocer verónicas o revoleras, orteguinas o naturales, sin que tenga idea alguna de los tercios. Se deleita porque alcanza el «alma» del artista y comprende también, más allá de su posición frente a la corrida, lo que significa haber sido, en la segunda mitad del siglo xx, una de las almas más delicadas de la tauromaquia.